miércoles, 17 de junio de 2009

La seda con la que se hilan destinos

El lejano trueno advierte del peligro presente
El viaje a la capital de los Shi Tien Yan Wang fue relativamente rápido. Solo se demoraron un par de semanas. Bordear el río fue un buen recurso, si bien estaban expuestos, tenían pesca y agua fresca todos los días. Los cazadores Unicornio traían abundante alimento, pero todo debía ser purificado: la mancha se hacía sentir más y más.
Cada uno de los héroes veía que su cruzada iba llegando a su fin. El maestro Kitsu estaba en un estado de salud grave, algo le había pasado en la batalla de Minao, y no podía ejércitar su arte pese a los cuidados intensivos de Shirahime. Sousuke la ayudaba, pero era cada vez más la intriga que sentían por llegar al final. ¿Qué tesoros se encontrarían en la capital oscura?

El Adivino no puede adivinar su futuro.
Sora en cambio, vivía unos momentos idílicos. Su relación con Shun iba viento en popa y ya no mostraba ni el más mínimo decoro en ocultarlo. No le importaba tampoco. Era respetada, no había ataduras, estaba con el hombre que amaba... Su vida corría riesgo, sí, pero lo aceptaba gustosa. Su decisión de no volver cada día se anidaba más en su cabeza. Al parecer no era la única. Shun pensaba algo similar. Y Yukimura y Utaku también. El amor indudablemente superaba al deber. Quizás no eran grandes samurais, pero sí felices. ¿Acaso se puede pedir otra cosa?

Nada ofende tanto a la ira como la risa.
Makasuki vivía algo parecido, pero en otro sentido. Añoraba la poesía de Rokugan, el duelo, la pasión propia de los rokugani y la belleza del clan Grulla. Pero en Cheng era muy respetado, los locales se mostraban sumamente interesado en su estilo de esgrima y en la armonía que realizaba en el momento de combate, en la fusión de su habilidad con la espada y la danza que practicaba. Cualquier rokugani hubiera identificado la gracia típica de los grulla, pero para los Cheng su arte era realmente bello. No porque ellos no tuvieran estilos similares, que de hecho los tenían, sino porque era exótico.

Trata a todos como si fueses a morir mañana
Hinokagizume pensaba en Azai. El leoncito lo había salvado de la deshonra, había arriesgado su vida por él. Era impulsivo, sí, pero también decidido como pocos. No debía fallarle. No debía desperdiciar esa segunda oportunidad que se lo concedió. Sabía que él había ordenado la carga, creyendo que sus enemigos no tenían noticias de los explosivos del puente, pero la muerte de los soldados pesaba en sus espaldas. Era fracaso y sepukku. Pero no era tiempo para la muerte. La vida del emperador podía correr peligro y necesitaban dar cuenta de los Señores de la Muerte. Este territorio infesto de onis no iba a imponerse sobre su victoria.

Se pone a prueba la amistad a la hora de compartir una carga
Taiga no obstante, extrañaba su tierra, pero entendía el rol de su deber. Ryuichi había logrado su objetivo, de una manera distinta a la que había concebido originalmente. Pero aún así, el monje había dado una gran muestra de benevolencia digna de una frase de Shinsei. Pero ahora su deber era otro: debía velar por el éxito. Él sabía porqué, pero Ryuichi no. Debía ser cauteloso en sus movimientos pero estar listo para dar la vida. Así se lo había dicho el destino. Agradeció que la ida de su amigo le permitió compartir momentos con su vieja amiga Shirahime, con quién habían pensando un largo plan que tristemente no pudieron ejecutar, más por su elevado sentido del honor que por otro motivo.

El hombre valiente no necesita armas.
Las semanas fueron largas. Hubo varias escaramuzas, muy bien repelidas. Habían perdido pocos hombres, pero el tranco se les hizo rápido. Los misteriosos ronins que iban con ellos conocían bien el viaje, e incluso varios hombres habían entablado buenas relaciones. Los partidos de shogi de Jin y Taiga se habían vuelto la comidilla de cada día, y Xiao alegraba las noches con sus melodías, que rememoraban a la tierra que tanto extrañaban pero también llenaban sus corazones. Mugen era un bromista nato, y las bromas sobre toda la parafernalia rokugani robaban sonrisas a todos. Ellos también estaban dispuestos a morir si la necesidad lo demandaba. Pero su plan era más amplio.

La única verdadera prueba de valor es la última.

Los muros de la capital oscura asomaban tras el laberíntico cañón que cortaba la tierra entre ese desierto de arena interminable que eran las Arenas Ardientes y el pobre pasto que se aferraba al suelo luchando por su vida. Los guías habían optado por no cruzar el camino Huang Ma Pen, más como muestra de confianza que otra cosa, porque los rokugani todavía no confiaban del todo en sus "aliados". Así, los últimos días habían sido arduos, con ciertas privaciones, principalmente de alimento. El ánimo había decaído bastante. Pero era el final. O al menos eso querían creer.

Mis errores vienen de mis padres, mis virtudes de mí... ¿Que es esta tontería?
Ryuichi iba cruzando placidamente el territorio del Tigre del Sur. Las noticias que llegaban de la capital cheng no eran buenas. El tremendo ataque Zhuo a Minao había afectado parte del comercio de los tigres, que si bien no dependían del polo comercial, sí recibían grandes dividendos. Además, los Zhuo habían hilvanado un númeroso ejército y marchaban junto a sus aliados rojos de los Huang Ma Pen. El emperador rokugani, Hantei, había acordado salir al cruce de la armada del Pájaro de Fuego, como habían apodado a los estandartes rojos y amarillos de los aliados. Si bien Nobunaga buscaba mantener su posición como conciliador y evitar toda refriega, era el mismo deseo del emperador el que lo había hecho ir al frente. Se iba a exponer a una batalla abierta contra enemigos que habían dado sobradas muestras de capacidad. Y que iban apoyados por una gran legión de criaturas oscuras comandadas por uno de los asuras de los Señores de la Muerte.
Cuando su mente divagaba en estrategias, en el bienestar de Taiga, escuchaba a su nieto llorar. Y su mente volvía al frente.

Si comes veneno, no olvides lamer el plato.
Hantei iba camino a una trampa pergeñada por los Tigres, decían los campesinos. El verdadero objetivo de los Tigres es Rokugan, cederán sus partes en el Oeste, les darán a los Zhuo un país propio, y con el Crisántemo de Plata se anexarán Rokugan. Rokugan para el Tigre del Sur y los Territorios Yobanjin para el del norte. Y luego dirimirán sus diferencias. Eso era lo más escuchado en las bocas de los diplomáticos. Nobunaga jugaba con una sola carta. Y necesitaría a Iashiro para eso.

La duda es el corcel de la derrota.
Iashiro estaba intránquilo. Lleno de dudas por no tener noticias de su esposa. Por el bienestar de su gente. Siempre supo que no tenía como hacer frente a los Zhuo. Si solo hubieran luchado en otro terreno, su confianza hubiera sido otra. Pero en una ciudad de pobres murallas, contra enemigos seriamente preparados, y que, como más tarde supo, estaban previo aviso acerca de la defensa de la ciudad, no hubo chances. Sabía que no había chances antes de la batalla, menos después de la ejecución de ella. ¿Debía seguir con su grupo o volver? A caballo, con pocos alimentos, podría llegar a Minao en pocos días. Ya había visto bien el sendero y era de público conocimiento que es muy raro que un Unicornio se pierda. Podría volver con Akemi. Por un lado, las puertas de la capital oscura estaban ahí, casi al alcance de su mano. Por otro, su amigo el Shogún, su emperador, por el que siempre se había batido con gran arrojo, y su esposa, la madre de sus hijos, la mujer que lo había aceptado por lo que era más allá de su imagen. Se sorprendió al ver el mensajero venir, pero su sorpresa fue aún mayor cuando supo que traía una carta de Nobunaga para él...

(escribió Draften)

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