miércoles, 17 de junio de 2009

Carta a Asahina Kenshirou

Hola Papá,

Sé que estuviste muy preocupado por mí y por eso te escribo esta carta. Ya hace algunos días que liberamos esta tierra de la sombra de Daigotsu. No sé cómo te habrán llegado las noticias, quizás hayas creído que estaba muerta, y en un primer momento creí que quizás era lo mejor, pero ya no lo creo. Quiero que sepas que estoy viviendo aquí, en las mismas tierras que hace poco pisaron los onis de Daigotsu, estoy ayudando a terminar de purificar toda esta región, gracias a Shirahime, que me entregó un pergamino que me permite hacer crecer la hierba allí donde solo había desierto y muerte.
Creo que tienes derecho a saber qué pasó y a saber que estoy con vida y tengo una razón para no volver. A pesar de esta guerra de la que nos tocó formar parte, a pesar de saber que podía morir, pude encontrarme con alguien que hizo que me olvidara de todo eso; pero no quiero adelantarme, sé que te gusta mucho leer y disfrutarás de lo que voy a contarte. Quizás ya sepas muchas de las noticias así que voy a remitirme a los últimos momentos de nuestra misión, los más importantes y de los que agradezco haber formado parte.
En el ataque a la posada de Minao conocimos a tres personas, los tres nos ayudaron en esta empresa y gracias a ellos ahora tengo un lugar en donde vivir sin preocuparme por lo que digan los demás.
En Minao, nos pasábamos los días reunidos debatiendo cómo seguir nuestra misión, el comandante Iashiro estaba preocupado, no quería dejar al ejército, pero también sabía que tenía que tomar una decisión, había que seguir camino hacia nuestro objetivo final, y había alguien que podía ayudarnos. Acompañamos a los dos dragones a buscar a Mugen, el hijo de Ryuichi, que controlaba la red de información en la ciudad. Tuvimos una refriega en la posada y salí herida, pero logramos capturarlo. Ryuichi ya no era el mismo después de encontrarse con él.
Los “lanzas amarillas” Zhuo estaban acercándose a la ciudad, cuarenta o cincuenta mil era el número que anunciaban los exploradores. La misión fue clara cuando recibimos el mensaje del emperador, había que proteger Minao. Nuestro comandante Iashiro ya había decidido que un pequeño grupo marcharía hacia la tierra de los señores de la muerte. Fueron horas de debate entre la estrategia de defensa de la ciudad y de cómo íbamos a hacer para salir de allí lo más sigilosamente posible. Así fue como un mago contactó conmigo y trajo a Siao frente a nosotros. Ella nos ofreció su ayuda, era la mujer de Mugen y si le devolvíamos a su marido ellos nos acompañarían a territorio enemigo y nos señalarían el camino, los Huang Ma Pen, también querían librarse de ellos.
Con nosotros vinieron Mugen, Siao y su amigo Jin. En el camino Siao iba tocando el shamisen, fue tarde cuando nos dimos cuenta que así les daba todas las instrucciones a los soldados Zhuo, ellos estaban decididos a tomar Minao para de allí comenzar su cruzada contra los Tigres del Norte y del Sur.
Cuando llegamos al puente había unos veinte soldados Huang Ma Pen que esperaban a su señora. Uno de ellos sostenía a un bebé y se lo entregó en brazos a Siao. Ella se paró frente a Ryuichi y le dijo:
-Este es vuestro nieto, deja vivir a mi esposo y se lo entregaré para que no cometa los mismos errores.
Ella lloraba y Mugen solo agachó la cabeza y se quedó quieto.
-Pero… es mi hijo…- alcanzó a decir.
-Tu mujer así lo ha decidido- le dijo Jin.
Luego de un triste silencio, Ryuichi tomó al bebé en brazos y dijo:
-Acepto el intercambio. Igualmente terminaré la misión y luego me iré a Rokugan.
-No, debes ir ahora, esta ciudad será arrasada. No podrán defenderla- le dijo Siao.
-Nosotros vamos a acabar con los señores de la muerte. Pensé que teníamos el mismo objetivo.
-Iremos nosotros tres, te entrego en custodia a mi hijo.
-Tú te quedarás a cuidarlo. Mugen y yo iremos.
-Tú no entiendes, es mi misión como Huang Ma Pen.
-Vamos viejo, es tu nieto y es mi hijo, y si tomamos esta decisión con todo el dolor del mundo es porque consideramos que vamos a volver a visitarlo… y a patearte el trasero- le dijo su hijo Mugen.
-Te espero en casa- le dijo a su amigo Taiga y él le entregó la última carta para su familia. Taiga fue a avisarle a nuestro comandante que ya sabían todos nuestros movimientos, y nosotros seguimos adelante. Venían con nosotros Shun, Yukimura, Tachibana, Sousuke, Shirahime, Gorogoro y varios acompañantes más. Solo faltaba que se nos unieran Iashiro, Hinokagisume, Makasuki y Taiga para seguir camino.
Cuando Taiga informó al comandante él ordenó la retirada. Volaron el puente noroeste y Hinokagisume cayó en la trampa, muchos de nuestros soldados murieron ese día y el León estaba muy herido cuando se nos unió, gracias a los dioses Asai logró rescatarlo de morir ahogado. Cuando lo trajeron frente a nosotros enseguida me dispuse a curarlo. Asai se volvió hacia la ciudad y le pregunté:
-¿A dónde vas?
-A buscar mi alma.
Minao cayó bajo el poder de los Zhuo y solo era cuestión de tiempo de que junto a Huang Ma Pen decidieran seguir rumbo a la capital Cheng.
Nuestros tres aliados Huang Ma Pen nos acompañaron en la travesía. Fueron varios días de viaje. Supongo que quieres saber de mí y no de los demás, pero me pareció que debía primero contarte algunas cosas que logré aprender en mi viaje.
Asai a pesar de su impetuosidad había salvado a Hinokagisume de una muerte segura, y había perdido su armadura y su espada en el intento. Creo que yo hubiera hecho lo mismo por mis compañeros. Todos habíamos aprendido a ayudarnos los unos a los otros en esos momentos tan difíciles, a pesar de las diferencias o de los clanes a los que perteneciéramos
El viaje hacia tierras enemigas no fue tan largo como pensábamos, y para mí fue más corto, creo que jamás disfruté tanto de un viaje. Te preguntarás por qué, solo continúa leyendo.
La muralla del castillo principal de la capital de los Señores de la Muerte era altísima, entre diez y quince metros de altura lo cubrían. Estaba empotrada en la montaña cruzando un gran cañón de lava. Del otro lado, lo que habría sido un hermoso lago, nos impedía el paso por la retaguardia. Estábamos decidiendo cómo entrar cuando llegó un mensajero. Vimos venir a lo lejos su caballo, el comandante le ofreció agua y él le entregó una carta de Nobunaga. Un ejército Zhuo estaba ingresando por territorio del Tigre del Norte y uno de Huang Ma Pen por el del Tigre del Sur. El emperador iba a salir a combatir de frente. Las malas lenguas decían que Los Tigres luego de vencer se anexarían Rokugan y las tierras Yobanjin.
Ahora era imperioso llegar rápidamente para poder regresar a ayudar a nuestro emperador en la capital Cheng.
-Hay una forma de ir más rápido- dijo Shun y me miró.
-No es que lo haga más veloz- le expliqué al comandante- es una especie de portal, podríamos cruzar el cañón.
Y eso fue lo que hicimos, para entrar en la ciudad nos hice invisibles a todos. Lo que más nos llamó la atención es que allí los humanos parecían convivir en armonía con las otras criaturas de la oscuridad. Entre ellos logramos ver que a algunos les faltaba algún miembro vital o tenían heridas de importancia, no estaban vivos en realidad.
-Cuidado con esos- nos dijo Shirahime- son los perdidos, les han devuelto “la no vida.”
Pero llegamos hasta una puerta donde fue imposible seguir ocultos, una especie de ojo flotante rodeaba a uno de los asuras de Daigotsu. No podíamos engañarlo con los kamis. La respuesta fue rápida, había que entrar de frente y combatir. No teníamos tiempo. Sousuke destruyó el ojo con un ataque de fuego y una combinación de golpes entre Hinokagisume, Iashiro y Makasuki destruyó al asura en menos tiempo del que ellos mismos pensaron.
Nos fuimos adentrando más y más, ya había sonado la alarma y vinieron por nosotros, nuestros aliados fueron cayendo, uno a uno. Jamás olvidaré ese estanque de sangre rodeado por dos escaleras, me alegré de que no fuera allí el escenario de la batalla. Solo quedamos unos pocos cuando llegamos a nuestro destino final, un cuarto con una cúpula que llegaba hasta los treinta metros de altura. No se veía absolutamente nada, todo era oscuridad allí. Makasuki arrojó una antorcha y logramos ver una horrible máscara.
-Dama Siao, me ha traicionado- le dijo Daigotsu.
-No podíamos dejarte gobernarnos, tú eres un rokugani, lo nuestro es una lucha por la libertad.
De repente la estancia se iluminó, junto a Daigotsu cuatro de sus esbirros nos esperaban, un ciego del que se encargó Hinokagisume, un hombre a caballo, contra él fue nuestro comandante Iashiro. Un mago que estaba frente a su señor, que fue mi objetivo. Y una mujer que portaba un arco. Todos a sus órdenes y dispuestos a matarnos, y te puedo asegurar que casi lo lograron. Luchamos con valor, todos, hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance, algunos terminaron muy heridos, incluso Hinokagisume perdió una mano, que gracias al efecto de Shirahime pudo recuperar.
Pero los enemigos que habíamos logrado abatir fueron revividos por el demonio. Creímos que ese era nuestro fin, Daigotsu nos reveló que sería imposible matarlo sin la sangre del emperador, pero escuchamos que el dragón decía:
-Tienen la sangre del emperador, yo soy Hantei Kamui.
Jamás creí que Taiga fuera el emperador, aquel que habían acusado de loco. Fue directamente contra Daigotsu y le clavó sus katanas por al espalda, clavándose el mismo junto a él. La sangre del emperador fluía ahora en él y el golpe de jade que le propiné lo dejó muy malherido. Shirahime le arrojó un golpe congelante y Hinokagisume le dio el golpe final, aquel que lo desintegró en mil pedazos. La máscara se partió en dos y Iashiro se quedó con una de las partes, Hinokagisume con la otra.
Pudimos haber muerto ese día, pero no lo hicimos, gracias al emperador habíamos logrado vencer.
-Mi nombre es Mirumoto Taiga, no lo olviden- nos dijo.
Sé que puedo contarte esto porque va a estar a salvo en tus manos, también sé que esta carta va a llegar a destino, porque el encargado de entregarla es el mejor en la materia. Confío en ti, más que en cualquier otra persona de Rokugan y sé que sabrás guardar el secreto.
Aprendí muchas cosas en este viaje, pero la primera y principal lección que aprendí es que se puede ser feliz a pesar de las circunstancias, de hecho esos días de viaje hacia la capital de la tierra de los señores de la muerte fueron los más felices de mi vida. Aprendí que amar es lo más importante, más importante que las guerras y odios entre familias. Sé que si hubiera vuelto a Rokugan toda mi felicidad de esos días se hubiera terminado. Amo a Shun y sé que vas a entenderlo, jamás amé a otro hombre como lo amo a él, y sé que él también me ama, no necesito más que eso para ser feliz, aunque te puedo asegurar que tengo mucho más de lo que deseé. Cuando abrí el portal para enviar al comandante y a los demás de vuelta a Minao no pensé que Shun iba a decirles:
-Adiós comandante, nosotros vamos a quedarnos- detrás nuestro también se habían quedado Yukimura, Tachibana y Sousuke. Creo que Iashiro comprendió y no dijo nada. Shun y yo habíamos estado juntos todo el viaje y ninguno se molestó en ocultar lo que sentía, al igual que Yukimura y Tachibana. Aún no sé por qué se quedó Sousuke, creo que le interesa la forma de “magia” que utilizan aquí y se quedó para aprenderla.
Cuando estábamos afuera observando cómo el césped que rodeaba el castillo volvía a crecer y la lava de los fosos volvía a ser agua, llegó un mensajero. En el pergamino que entregó a Shun decía que nos entregaban a nosotros las tierras que habíamos logrado librar de los señores de la muerte, ahora era un territorio libre anexado a Huang Ma Pen. Shun había negociado para que así fuera.
-¿Cómo quieren llamar a nuestra ciudad? hay que ponerle un nombre- dijo Shun.
-Yo también quiero decidir…
-Vos no peleaste, vos no podés decidir…
Yo sonreí, casi al instante se me ocurrió el nombre que actualmente lleva nuestra ciudad “La Ciudad del Sol”. Enviamos veinte mil hombres a socorrer a Iashiro, estábamos seguros de que él lograría rescatar a nuestro emperador de la trampa en la que lo habían metido. Aún no sé como hizo Shun para reunirlos en tan poco tiempo.
Es verdad que son tierras extrañas, pero aprendí a conocerlas, ahora me tratan como a una reina, y Shun está conmigo, no puedo pedir nada más. Es verdad, como siempre me dijiste “El adivino no puede adivinar su propio futuro” porque yo jamás imaginé esto para mí, jamás creí ser digna de ello.
Gracias papá, siempre me diste esperanzas, siempre me dijiste que yo podía tener algo más, que si bien me habían pasado cosas horribles yo también podía soñar, y lo que me dijiste fue cierto. Gracias.
Algún día de estos iré a visitarte a casa, los extraño, a mamá, a mis hermanos y a ti. Espérame, no tardaré mucho.

Te quiere,

Sora.

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