viernes, 13 de marzo de 2009

PNJ: Bayushi Shun


Bayushi Shun es el hijo menor del Daimyo del clan escorpión. Hermoso de aspecto, su cabello lacio castaño y sus cristalinos ojos verdes eran el deseo de muchas mujeres del clan. Había vivido siempre a la sombra de su hermano, su padre rara vez demostraba interés en él. La mayoría de su infancia había sido cuidado y educado por el amigo de su padre, un general del ejército, Bayushi Asato. A temprana edad demostró gran manejo de la espada, pero su habilidad ya desde pequeño era demasiado grande, tanto que su maestro tuvo que centrarse en enseñarle a dominar ese poder...
Ya tenía veinte años y su maestro comenzó a decirle que era momento de contraer matrimonio, pero a él esas cosas no le interesaban. Le gustaba demasiado ir a beber con amigos, conocer mujeres y seducirlas… Además esas cosas no se aplicaban a su forma de ver las cosas, ¿casarse? ¿Para qué era eso necesario? Su hermano iba a heredar el lugar de su padre, que fuera él el que se casara. A él solo le interesaba divertirse, para él las mujeres eran solo una diversión.
Pero un día su padre lo mandó a llamar y le informó que iba a contraer matrimonio ese mismo año con una de las hijas de un poderoso señor del clan Grulla e iba a conocerla en la fiesta de fin de año.
El sabía que no podía desobedecerle, así que decidió asistir, aunque ya estaba decidido a decirle a esa muchacha que no se casaría con ella. Seguramente a su padre no iba a gustarle y tendría que casarse igualmente, pero mientras tanto a su padre le daría un gran dolor de cabeza.
Además el día de la reunión llegó tarde a propósito, cuando todos estaban ya allí. Miró a su alrededor e intentó adivinar quién podría ser la muchacha, y cuando posó sus ojos a los pies del lago artificial la vio por primera vez. Si ella era la mujer con la que debía contraer matrimonio no podía quejarse, era hermosa.
Se acercó a ella con todas las intenciones de seducirla, pero fue al revés, ella terminó seduciéndolo a él. Esa mujer era demasiado atrevida. Pero enseguida ella se fue y la vio volver junto a un hombre. ¿Era una mujer casada? Eso se volvía cada vez más divertido.

Tuvo que sentarse a la mesa con su futura esposa, pero no le interesaba en lo más mínimo las cosas que ella le estaba contando. Él fue político, y le sonreía complacido, una vil mentira, porque miraba una y otra vez a la mujer con la que había hablado al llegar.
Ambos se miraron toda la noche y cuando la vio salir fue tras ella sin dudarlo. Ese juego se estaba volviendo demasiado peligroso, pero qué más daba, eso era lo que a él más le gustaba.
Ella continuó con su actitud y él fue aún más agresivo en sus determinaciones. Estaba seguro que ella ya había caído en sus redes. Pero cuando la besó y ella lo abrazó con todas sus fuerzas comprendió que había algo que no estaba yendo como él esperaba. Había algo diferente a lo que solía sentir cuando estaba con una mujer. Volvió a besarla y sintió que no quería separarse más de ella. Ese juego se estaba volviendo en su contra, tanto que cuando se escuchó decir “No me importaría morir” lo supo con certeza, no la veía igual que al resto, ella era especial.
No le costó demasiado averiguar que ella era Asahina Sora, la hija de Asahina Kenshirou, un famoso shugenja y que efectivamente estaba casada con un acaudalado comerciante, Yasuki Kitaro, del clan cangrejo.
Lamentablemente no faltaría mucho hasta que él también lo estuviera.

****

Averiguó donde vivía y todos los días fue hasta el castillo esperando el momento oportuno para verla, pero pasaban los días y él no quiso arriesgarla, hasta que una noche la vio salir del castillo. Estaba obsesionado con esa mujer, ya no le satisfacía buscar prostitutas en la ciudad, y cuando estaba con alguna de ellas pensaba en Sora. Quizás todo era un capricho, debía acostarse con ella para saberlo.
Y esa noche cuando la vio salir la siguió hasta el bosque, era el momento perfecto. Ella se asustó pero él la tranquilizó y cuando ella fue corriendo a abrazarlo entendió que no era simple curiosidad lo que la impulsaba, ella estaba llorando. Y cuando yació con ella lo confirmó, eso no era un capricho, realmente la amaba y supo que era recíproco. Esa mujer había logrado quedarse con su corazón y con su alma. Ahora ya nada iba a ser lo mismo.
Y como ya suponía tuvo que casarse. Fue algo horrible tener que simular alegría cuando se estaba muriendo por gritar que amaba a otra mujer, pero tuvo que hacerlo, no había otra opción. No podía seguir viviendo como lo hacía hasta entonces, pero no iba a renunciar a Sora. Si tenía que fingir toda su vida lo haría. Ella también había aceptado vivir así.
-¿Es bonita?
-No tanto como tú- le sonrió- pero no quiero hablar de ella.
-Lo siento. Siento haberte atado a este destino- dijo ella llorando.
-No digas eso- dijo él abrazándola fuertemente- Este es el camino que yo elegí, tu no tienes la culpa de nada.
-¿Crees que podremos ser felices algún día?
-Yo soy feliz estando contigo.
Ella lo besó mientras las lágrimas bañaban su rostro pero a su vez le sonrió, él la miró dulcemente, hubiera dado todo porque no se descubriera ese secreto, pero estaba seguro, que alguien en algún lugar lo sabía, conocía demasiado bien a los suyos, y en algún momento lo usarían en su contra, o en contra de Sora. No le habló de esto a ella, no quiso asustarla en vano.
Pasaron dos años así, los dos se vieron en el estanque todos los días de luna llena en un principio, luego fueron muchos más. No les costaba verse, a ella Kitaro la dejaba cada vez más sola, y él podía escaparse las veces que quisiera. No le costaba demasiado buscar excusas que contarle a su mujer, ella parecía no estar en desacuerdo, él era bueno con ella y eso era suficiente, no tenía por qué interferir en sus asuntos. Además él era el hijo del Daymio y seguramente tenía muchas cosas que hacer.

*****

Una noche en que la luna se alzaba llena sobre el firmamento Shun fue a buscarla y ella no apareció. En un primer momento pensó que quizás su marido estaba en casa y no había podido salir, pero pasó un día más, dos, tres, cuatro y ya estaba bastante preocupado. Decidió que si no aparecía al día siguiente iría a buscarla.
Cuando la vio aparecer al quinto día y ella lo abrazó llorando una vez más supo que algo no andaba bien. Al mirar su hermoso rostro lo vio marcado por los golpes. Se volvió loco, no estaba ya en su sano juicio. Le preguntó si había sido él y ella no le respondió. Tomó el caballo y cabalgó hacia la casa de Sora, juró que no iba a dejar a nadie con vida.
Los primeros en morir fueron los guardias que no lograron alertar a los demás soldados que custodiaban la propiedad. La espada brillaba a la luz de las antorchas y el rojo de la sangre esparcida por el suelo parecía aún más vivo. Luego entró a la casa y mutiló a todos sus habitantes, no le importó que fueran hombres, mujeres, jóvenes o niños y cuando llegó a la habitación de Kitaro él tenía preparada la espada, estaba listo para combatir.
Kitaro había escuchado los gritos y tomó su katana, cuando lo vio venir le pareció el mismo demonio salido de los infiernos. Un hombre en armadura negra, el cabello largo cubierto de sangre, la cara manchada de carmesí y esos ojos verdes fantasmales. Frenó el primer golpe de la espada con dificultad, pero el segundo le cercenó el brazo derecho.
-Ahora morirás por lo que has hecho. El infierno será un buen lugar para ti.
Él se defendió pero Shun estaba posesionado por la locura, unos cuantos golpes fueron suficientes y el marido de Sora cayó muerto con la espada atravesándole el pecho. Shun lo golpeó una y otra vez con la espada, mutiló su cuerpo de tal forma que ya no podía ser reconocido.
Su maestro había intentado reprimir ese instinto asesino durante veintidós años, y hasta ese momento sabía que lo había logrado, pero el demonio salió de su cuerpo y no intentó detenerlo. La cabeza rodó por el suelo justo cuando ella entraba a la habitación. Los restos de su marido ahora yacían bajo sus pies. Sus ojos llenos de lágrimas lo miraron con tristeza. Él reaccionó y la miró como siempre, con esa mirada llena de amor, pero luego miró a su alrededor, todo era un mar de sangre, sabía que no había dejado a nadie con vida en la casa, fueran hombres, mujeres o niños. Las lágrimas bañaron sus mejillas y se mezclaron con la sangre.
Ya no podría volver a verla después de lo que había pasado. Jamás volvió al estanque y no volvió a averiguar nada más de la que había sido el amor de su vida, ese sería su castigo.
Ella lloraba cuando la vio por última vez.
(escribió Ashe)

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